Cada temporada está marcada tanto por la intensificación de las catástrofes climáticas como por la renovación de las esperanzas tecnológicas. Entre la larga lista de soluciones milagrosas estaban las baterías eléctricas, los biocombustibles, el hidrógeno y la fusión nuclear. Si algunas de estas promesas se hacen realidad (la más espectacular será caída de los costes de la energía fotovoltaica), la mayoría se vacían rápidamente y se reducen a proporciones más justas: los plazos son demasiado lejanos, las dificultades demasiado obvias. Cada vez parecemos redescubrir lo que los historiadores siguen repitiendo, a saber, que presentar un prototipo a un ministro en una feria comercial no es suficiente para transformar la economía. Como nos recuerda Jean-Baptiste Fressoz, todo lo que hacemos actualmente es acumular energía renovable en la parte superior de una red eléctrica.
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