ELPASO | Han pasado diecisiete largos años desde la última vez que se vieron. El pasado sábado, una mujer mexicana sin estatus en Estados Unidos tuvo derecho a darle un breve abrazo a su madre en medio del río que separa a los dos países.
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En la margen norte del Río Grande, Alicia Castañón luchaba por contener su nerviosismo. Desde su silla plegable podía ver a su madre, Modesta Ríos, en la orilla sur, a solo veinte metros de distancia.
“Tengo que ser fuerte por ella porque siempre fue muy valiente por nosotros”, argumentó la mujer de 41 años, cuyos ojos maquillados ya estaban rojos de emoción.
El río que marca la frontera entre México y Estados Unidos apenas discurría entre las dos orillas pantanosas. Ese río que Alicia lleva 17 años sin poder cruzar para visitar a su amada madre porque no tiene papeles para regresar a Estados Unidos, donde vive.
Si el ama de llaves tuvo el derecho excepcional de encontrarla entre los dos países este sábado es gracias a la organización Red Fronteriza por los Derechos Humanos, que cumple 10 años.mi Edición de “Abrazos no Muros”.
política inhumana
“Es un evento lleno de amor y humanidad, pero también es una protesta contra estas políticas inhumanas”, explicó su director, Fernando García.
Bajo la atenta mirada de las patrullas fronterizas, se permitió a los voluntarios erigir una plataforma de madera temporal que conectara los dos países, donde se reunieron 150 familias.
Para no confundir el estatus migratorio de nadie, los participantes se vistieron de amarillo del lado estadounidense y azul del lado mexicano.
Alicia cronometró de forma remota el tiempo que pasó esperando su turno.
“Mamá está envejeciendo… Está en silla de ruedas, desde que la vi le amputaron el pie”, dijo al medio. protocolo en español.
El hombre de 60 años, confinado a una silla de ruedas, viajó diez horas en autobús desde la ciudad de Torreón, México.
6 minutos demasiado corto
Cuando finalmente le llegó el turno, los voluntarios la ayudaron a descender por la plataforma inclinada.
Las dos mujeres se abrazaron con los ojos cerrados. Intentaron abrazarse para reemplazar todos los abrazos que no han podido darse durante los últimos 17 años.
A su alrededor, la gente estaba tomando fotos y conociendo a nietos o sobrinos y sobrinas que nunca habían conocido.
Luego, después de cuatro minutos, un organizador interrumpió el momento. “Todavía quedan dos minutos… Es hora de decir adiós”, dijo en el micrófono.
Las familias se separaron tristemente, atrapadas en la realidad de una frontera que les impide estar juntas.
Alicia se secó una lágrima mientras regresaba al lado estadounidense.
“¡Yo lloré más! Pero es como si me hubiera recargado las pilas”, afirma con una sonrisa triste la nativa mexicana, que no sabe si volverá a ver a su madre y cuándo.
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